miércoles, 15 de septiembre de 2010

La silla vacía

Un pequeño pueblo, en el que las ráfagas de viento eran grandes protagonistas en los meses de invierno. Apenas algunos habitantes, que se resistían a abandonar toda una vida, donde las paredes habían sido testigo de grandes alegrías y penas, de acontecimientos que hacían parar el tiempo, de compañerismo y conversaciones en la 
acera con un par de viejas sillas y muchas anécdotas que narrar a la luz de la luna.
Pequeños detalles que se iban esfumando, la gente los había olvidado, y había hecho sus vidas fuera de la naturaleza que todo empezaba a cubrir.
Ella no se resistía, aun contemplando impasible cómo la soledad se instalaba en cada esquina de las pequeñas calles del pueblo. Ya no tenía nadie con quien hablar, ni tiendas a las que ir a comprar, ni transporte que le llevara hacia mejores tiempos.
Y allí quedó, mirando la luz de la luna, una especie de testigo mudo que la contemplaba. Un día alguien pasó por el pueblo, que entre sombras guardaba el cuerpo de la que una vez compartió la intimidad de un lugar que sólo quedó para ella.